Sí, ya hemos podido darle, y bien dado, al bueno de Majora’s Mask. Hace mucho que nos enfrentamos a él por última vez y, en aquel momento, nos resultó demasiado raro e intrigante. El modo de juego, con tiempo que pasa, con una resolución a contrarreloj, conseguía agobiarnos. Y la estética oscura y los momentos aterradores (esos cambios de máscara de Link, sin ir más lejos) no ayudaban a que conciliásemos bien el sueño.
Sin embargo, y pese a que personalmente supuso más en nuestras vidas algún que otro título de la saga Zelda, Majora se quedó siempre en nuestra mente guardado como todo un auténtico tesoro.
Ahora, vuelto a jugar, todo queda mucho más claro. El principal por el que este juego sigue gustándonos es simple: es diferente e intenta regenerarse más que ningún otro juego de serie alguna. Hay que tener en cuenta que el juego supone el debut en la serie de Eiji Aonuma, el que desde aquel momento sería el encargado de la serie para siempre jamás, cogiendo el testigo del mismo Shigeru Miyamoto. Si seguimos la progresión de la saga, vemos que Miyamoto creó un juego único, que intentó cambiarlo radicalmente para Zelda II: Link’s Adventure y que retomó el original, pero le dio historia en The Legend of Zelda: A Link to the Past. De este juego salieron una serie de títulos casi clónicos, como A Link’s Awakening, Oracle of Ages, Oracle of Seasons y A Minish Cap. Por otro, nacería la sofisticación absoluta del concepto Miyamoto con Ocarina of Time. En ese momento, con 8 juegos a sus espaldas y una sofisticación impensable para diez años de historia, Aonuma tomó una serie respetada por crítica y público (la más respetada, de hecho) y se ve obligado a tomar decisiones.
La más importante que tomó fue la de tener estilo propio. Un pecado que, pese a la calidad de sus obras más personales, ha pagado con creces en años posteriores. Su primer Zelda, el que ahora tenemos en la mano de nuevo, era raro, cambiaba las bases y era retorcido a más no poder. Y eso no gustó nada, pese a que el tiempo le acabase dando la razón.
Para empezar, Majora’s Mask nos enseña a jugar de una forma diferente: los distintos templos y misterios del juego tienen que ser resueltos en un plazo concreto de tiempo (según el juego tres días, según la realidad, alrededor de dos horas). Si no podemos resolver nuestra tarea actual, hay que volver atrás en el tiempo y recomenzar el ciclo de nuevo, lo que, en el juego, se traduce con que la luna se choca contra el suelo matando a todo el mundo.
Según vamos consiguiendo nuestros propósitos, el final de cada ciclo va cambiando. Poco a poco conseguimos acercarnos al desenlace, evitando que Skull Kid, ese personaje que llegábamos perdido en mitad del bosque de Ocarina of Time, lleve a cabo su plan.
Como decimos, la sensación al jugar en el momento original era angustiosa. Sí, estábamos ahí, dándolo todo, y cada rato nos recordaban el tiempo que nos quedaba… Y lo peor es cuando mirábamos arriba, viendo como la horrible cara de la luna nos miraba con aire desafiante.
En general, Majora’s Mask es un juego extraño, en el que no entiendes bien muchas decisiones. No entiendes que si haces bien las cosas tengas que perder el tiempo paseando hasta que llegue el final del nuevo ciclo. Tampoco entiendes que sea necesario que, cada vez que decides cambiar una de las máscaras que puedes usar para convertirte en un personaje diferente, adquiriendo con ello nuevas facultades, tenga que parece que sufres con tanta fuerza. Pero todo te deja un poso, te deja pillado, te gusta… El juego no era buenrrollero en su momento. Pero conseguía que nos sintiésemos intrigados, fascinados… De hecho, pese a su fracaso en su momento, cuenta con seguidores, mucho más radicales que los de casi cualquier otro Zelda que tenga defensores.
Respecto a Aonuma, entre Majora’s Mask y WindWaker, consiguió entender que el público, como tal, sólo quería Ocarina’s of Time y A Link to the Past. Y continuó con ellos en sus siguientes juegos: los «Ocarinas» Twilight Princess y Skyward Sword y los «A Link» Phantom Hourglass, Spirit Tracks y, sobre todo, A Link Between Worlds.
Respecto al remake, dando por hecho que el juego es lo suficientemente interesante como para que todo el mundo pueda acercarse a él para opinar qué lugar le corresponde ocupar en la historia de la serie, las opiniones son sólo positivas. Este remake ofrece un acabado mucho más apurado que el de Ocarina of Time HD. los gráficos son algo mejores, los colores más vivos, las animaciones más fluídas. En general, el juego se controla mucho mejor, sobre todo jugado con un Botón deslizante pro o el stick C de la New Nintendo 3DS. Y todo suena bastante bien. El juego se acopla perfectamente al mundo de la consola portátil, demostrando que la decisión correcta fue la de la incorporarlo al catálogo de Nintendo 3DS, antes que al de Wii U. De hecho, se hace imprescindible que se adapte también A Link to the Past para la consola superventas de Nintendo, para poder tener todos los juegos clásicos, de NES a Nintendo 64, incluyendo todos los de portátiles como Game Boy, Game Boy Advance o Nintendo 3DS, en una misma videoconsola.
De verdad, es fácil hablar de un juego como Majora’s Mask basándose sólo en el mito que se ha creado a su alrededor. Sería muy sencillo decir que fue un clásico irrepetible, incomprendido y todo lo que se pueda decir de un juego como éste a toro pasado… Pero, de verdad, toda esa palabrería se quedaría corta. No puedo asegurar que el viaje te vaya a apasionar, porque, hablando pronto y mal, Majora’s Mask es raro de narices. No tiene nada que ver con los juegos de hoy en día y, en muchos momentos, es hasta incómodo para el jugador. Pero, pese a todo, es, junto a Zelda II, la experiencia más rompedora que podemos echarnos en cara en este género. Y, ya sólo con eso, merecería la pena echarle una ojeada.